viernes, 3 de octubre de 2008

Historias cotidianas

Miró la estrella. Era única en el firmamento. Brillaba por encima de todas las demás. La amaba. Estaba tan absolutamente fascinado por ella que pensó que podría brillar para él. Mientras la miraba cada noche se fue enamorando de aquel astro. Cada noche traía un momento mágico y renovado de amor hasta que llegaba el día y la estrella se retiraba. Muerto de sueño, era feliz diariamente.

Un día cuando más convencido estaba de que entre la estrella y él, entre dos mundos diferentes se podría obrar el milagro, alguien le explicó la realidad. Todo ese planteamiento era imposible. Cada uno pertenecía a un mundo diferente. El debía amar a alguien semejante a él, que le asegurara una felicidad dichosa como a todos los demás. La estrella nunca le correspondería. Era un vulgar muchacho que no le podría ofrecer mucho. Aprendió la lección. Se hizo fuerte y renunció a esas noches de calma, sueños, insomnio e ilusión. Igual que un hierro de una herida arrancó de su pecho el amor por aquella estrella.

La estrella, que todas las noches esperaba sus buenas noches y/o buenos días esperó al muchacho noche tras noche. Lloró amargamente. Lo que siempre había predicho y temido, se cumplió.
Ella sorprendentemente lo había amado.

4 comentarios:

CriS dijo...

Precioso y triste a la vez.
¿por qué creyó él que debía amar a alguien semejante a él? Con eso ya se estaba quitando oportunidades, desconfiando del verdadero amor, poderoso y rompedor de reglas y prejuicios. Y al final.. la pobre estrella también le lloró...
Que le valga de lección, que el amor es cosa de dos y no tome la decisión por dos.
besos
buen finde

Anónimo dijo...

La estrella le adoraba, le amaba, le añoraba. Era un muchacho tan especial, tan lleno de vida, de amor...que decidió que si ella no le podía dar aquello que tanto anhelaba. Una luna. Un sol. Debía dejarle marchar...Él nunca sabría cuanto le había amado. Ella nunca imagino cuanto le amaría...

Anele dijo...

Es una historia, tan, tan triste que he necesitado dos días y cinco lecturas para decidirme a escribir algo.

Maestra Jedy dijo...
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