jueves, 24 de enero de 2008

El Toboso



El fin de semana pasado celebraba (el debate sobre si hay algo que celebrar lo dejamos para otro momento) su trigésimo aniversario sobre la faz de la tierra una buena amiga mía. (Espero también estar yo incluido en su catálogo de amistades presentes y futuras). Es una persona singular, críptica, casi impenetrable en lo que a sentimientos se refiere, pero maravillosa. Como los medievales tiene su particular, casi propio, código de honor y comportamiento, refractario a mi compresión. En resumen toda una personalidad seductora.
Alquiló por internet, una casa rural a las afueras del Toboso. –Qué global esto de internet para lo rural, no?- e invitó como corresponde a sus amigos. Gracias al cambio climático (no todo va a ser pernicioso) el fin de semana fue primaveral. Hicimos una barbacoa espectacular, como hace mucho tiempo que no recordaba. Uno de los mejores deseos que se nos puede conceder –tenedlo en la recámara por si surge el genio maravilloso- es comer todo el colesterol que nos apetezca sin engordar ni que nos siente mal. No fue el caso en lo que a engordar se refiere, pero por lo menos no me sentó mal.
La verdad es que la gente era variopinta. Eso me fascina. Con cada conversación te das cuenta de la variedad de enfoques que hay en la política, economía, familia, etc... Una de las asistentes trajo consigo su mascota. Un perro, un gato, una cobaya? nooo Un erizo, y encima africano, traído gracias a internet (insisto en lo de global con el añadido de multicultural). No sé si cómo cruzó el estrecho pero el caso es que estaba allí, en la Mancha. Son más pequeños y menos independientes que el erizo de tierra, el habitual de la piel de toro. Toda una atracción. Había un residente en Andorra la Bella, que trabajaba en el sector de lujo, y no vendía plumas o anillos, sino prestigio a partir de no sé cuantos cientos de euros... una chica alemana que había estado un año en México y que dirigirá en breve sus pasos hacia el Yemen, donde trabaja actualmente su novio hidrólogo... Y yo con mi chorizo a la brasa pensando en cuántos piercing o perforamientos -para los sentimentales del castellano- tendría la bella Dulcinea en los tiempos que corren...

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