Concierto

Ayer, planeamos ir a un concierto. A pesar de la lluvia. A pesar de que era domingo por la noche. Porque lo valemos. Empezaba a las 23h. Quedamos un poco antes. Resulta que a mi acompañante se le quedó el coche sin batería. Lo medio aparcamos, tras empujarlo un buen rato y con mucho sudor y fuimos en el mío. Lo bueno de las vísperas de días laborables es que hay sitio más fácilmente. Me admiró que bien encaja la peripecia mi acompañante. Todo un modelo de pragmatismo y estoicismo. Ni un mal gesto ni un comentario. Feliz.

El concierto empezó con puntualidad exquisita, poco habitual de un acontecimiento de este pelo. Era de tangos. El cantante borracho, pero de tronío. No estuvo mal. El tango es desgarrador. En estos tiempos de crisis, y en los de vacas gordas, igual, hay un cierto magnetismo el lo triste, devastado y rompedor. El tango tiene algo de éso. Particularmente me seduce. Sin embargo, y éste es mi pensamiento de hoy, no entiendo esa fascinación permanente por el desencanto y la melancolía.

Yo que soy un raro, y no lo oculto, -porque normal, normal, lo que se dice normal no debe quedar casi nadie- tengo un particular interés por las personas alegres, simpáticas, luchadoras y sonrientes. En serio. Me parece mucho más atractiva la persona que se rodea de gente, que no pone mala cara, y cotidianamente se enfrenta a sus quehaceres sin una mala cara que el que lucha contra el mundo con una botella de whisky. Y en estos tiempos inciertos, más. Como el proverbio ruso: “ caerse está permitido. Levantarse es obligatorio.”